viernes, 29 de mayo de 2015

Día gris.


La gente que me conoce bien sabe que los miércoles son mis peores días aunque no lo diga, que evito ciertos colores y que tengo una relación amor-odio con el número 11 y sus derivados. Hasta el día de hoy también sabían que los días grises me deprimen, pero estoy segura de que no sabían el motivo.

No me gustan los días grises porque me veía reflejada en ellos, me sentía como un día que quería salir bien pero no lo conseguía, un día luminoso tapado por nubes grandes y grises, y a veces incluso llenas de lágrimas que chocan contra el suelo. Lágrimas que antes de tocar el suelo, caen sobre cabezas. Cabezas que no tienen nada que ver con la causa de las lágrimas y que se ven empapadas por su tristeza.

Algunas cabezas llevan paraguas,  coraza o caparazón -a veces agujereado- a veces más duro que una piedra. A ellos no les afecta la lluvia ni la tristeza, a ellos mis lágrimas no les importa ni les influye, no pasa nada. Pero aquellos que no llevan paraguas se ven obligados a soportar la lluvia una y otra y otra vez, están cansados de la lluvia, cansados de no tener paraguas, ni coraza, ni caparazón.

No me gustan los días grises, antes porque me veía reflejado en ellos, ahora porque me recuerdan a ti.

Te preguntarás por qué algo tan triste me recuerda a alguien tan maravilloso como tú, es sencillo.

Eras el único capaz de danzar bajo la lluvia, de disfrutarla, de sentirla como si fueran tus propias lágrimas, sin necesidad de paraguas, coraza o caparazón. Y ahora no estás.
 
 
( Me estoy convirtiendo en un día soleado, ya no soporto esta soledad)