Está sentada en el salón, lleva
puesta una camisa azul (manchada), son las 17:17 de un lunes. En la mesa hay
tabaco, café y un vaso de agua. Se enciende un cigarro con ese mechero, el
rojo, y lo apoya en el borde del cenicero, deja que se consuma sólo.
Enciende el portátil, introduce
la contraseña (con mirada triste) y espera sentada y paciente a que se inicie
la sesión. Abre el Word, un nuevo documento en blanco. Empieza a escribir,
entre punto y punto bebe un sorbo del café que está sobre la mesa, sin azúcar y
con poca leche. El cigarro se consume y hoy le ha dado por leer lo que pone en
la caja de tabaco “Fumar perjudica gravemente su salud y la de los que están a
su alrededor”, pero aunque lo lee, no le importa, el olor del tabaco le ayuda a
pensar.
De fondo suena música clásica
tocada en guitarra. Hoy le ha dado por
eso.
De pronto deja de escribir y
busca una foto en la galería de su móvil, dice que la fotografía le trae
inspiración y buenos pensamientos (yo sé que no es así). Ahora son las 17:27,
sigue siendo lunes.
Enciende otro cigarro y vuelve a
dejar que se consuma sólo. Bebe un sorbo de café, por la cara que ha puesto, esta
vez le sabe amargo, pero a ella eso parece gustarle.
Algo cambia en su expresión,
llevaba largo rato poniendo esa mirada perdida que tanto me asusta, hace que
parezca venida de otro planeta. Con esos ojos oscuros y brillantes, casi
negros, y esa sonrisa, esa sonrisa triste y tímida, que parece que sólo la veo
yo. Ahora su expresión parece la de una chica feliz, sigue sonriendo, pero
ahora su sonrisa ya no es triste ni tímida, aunque parece esconder un poco de miedo. Creo que
es porque estoy mirándola. A veces se pone nerviosa cuando la veo escribir, soy
la única persona que ha visto cómo lo hace de tan cerca.
Mira el reloj, son las 17:37,
parece nerviosa, el cigarro ya se ha consumido.
Por primera vez desde que estoy aquí
sentado, me mira, como si buscara mi aprobación para hacer algo. Le enciendo un
cigarro y se lo doy, se lo lleva a la boca y da una calada seguida de un sorbo
de café. Su expresión vuelve a cambiar. Empieza a sonar “Para Elisa”, cierra
los ojos mientras le da otra calada al cigarro. Le da el último sorbo al café.
Como siempre, no he visto lo que
ha escrito, siempre espero a que termine para leerlo. Se termina de fumar el
cigarro al mismo tiempo que acaba la canción. Son las 17:47, me dice que ya ha
terminado, que lo puedo leer. Me acerco la pantalla del portátil y empiezo a
leer lo que ha escrito:
“Está sentada en el salón, lleva puesta una camisa
azul (manchada), son las 17:17 de un lunes (…)”
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