lunes, 30 de noviembre de 2015

Desconocidos.


Tú y yo éramos unos simples desconocidos, no sabíamos nada el uno del otro, ni siquiera sabíamos el nombre completo del otro. Éramos unos desconocidos, pero llegó un día en el que nos cruzamos en nuestros largos caminos y dejamos, por un momento, de ser lo que éramos.
(Por un momento teníamos la sensación de conocernos perfectamente, como si hubiéramos observado desde un lugar privilegiado la vida del otro. De pronto, conocíamos nuestros nombres, apodos, manías, gustos, secretos, incluso conocíamos aquello que nos dolía. Yo sabía perfectamente que habías tenido un pasado tormentoso, y tú sabías perfectamente que mi pasado estaba lleno de mentiras bonitas.
Los dos, por un momento, perdimos el sentido. Olvidamos todo lo que se encontraba alrededor nuestro, nos enredamos sobre nuestros cuerpos sin pensar ni siquiera un momento en todo lo que sabíamos el uno del otro. Me di cuenta de que tú conocías todos mis lunares y marcas, y yo conocía todas tus cicatrices, y lo peor no había llegado. Lo peor era que nos gustaba, nos gustaba estar juntos, a mí  me gustaban tus cicatrices y a ti te gustaban mis lunares. Era como si estuviéramos destinados a estar juntos.
Por un momento, fuimos felices. Sentados sobre aquella cama nos dimos cuenta de que nos amábamos, cada vez que nos mirábamos a los ojos no podíamos evitar sonreír porque sabíamos que cada mirada llevaba escondida un “te quiero”, no nos hacían falta palabras. En algunas ocasiones incluso parecía que nos leíamos la mente, completábamos las acciones que el otro había comenzado y siempre sabíamos cuál era el momento perfecto para darnos la manos, besarnos o mirarnos a los ojos.
No había complicaciones, encajábamos a la perfección. Lo teníamos todo para ser felices, y lo fuimos, por un momento.)

Me miraste a los ojos fijamente, como si nunca hubieras visto unos ojos marrones, llevabas gafas de sol y no pude reconocer de qué color eran los tuyos. Nos cruzamos, bajaste la vista y cada uno de nosotros siguió su largo camino, sin mirar atrás, sin cogernos de la mano, sin decirnos nada, sin dejar de ser unos desconocidos que se cruzan por la calle. Lo teníamos todo para ser felices, pero ninguno de los dos lo sabíamos, yo jamás llegué a conocer tus cicatrices y tú jamás viste mis lunares. Nunca fuimos.
 
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario